Érase una vez un reino muy lejano en donde vivía Orian, un príncipe que acababa de cumplir la mayoría de edad. Como parte de los festejos para celebrarlo, los más importantes ciudadanos del reino le trajeron ofrendas.
Tras presentarse múltiples comerciantes, artesanos y artistas, cada uno con un objeto de valor o una muestra de su arte, llegó el turno de una anciana de cabellos grises cubierta con una capa oscura. No llevaba encima más que un vial con un líquido de aspecto extraño.
-Si bebéis esto antes de acostaros- le dijo al príncipe antes siquiera de presentarse-, cuando os despertéis tendréis un aspecto similar al de cualquier otra chica.
En ese momento la reina Iselda saltó del trono con una expresión entre miedo y furia, y señalando a la anciana gritó:
-¡Guardia! ¡Detenedla! ¡Es una bruja!
La guardia dió un paso adelante con sus armas preparadas, presta a cumplir las órdenes. Pero la anciana se quitó la capucha y sus mechones parecieron oscurecerse, y su rostro iluminarse. Su imagen se volvió imponente ante todos los que se hallaban en la sala.
-¡Deteneos!- exclamó - Ser una bruja no es ningún crimen. Y vuestra alteza, si tiene honor, habrá de cumplir lo pactado en su día.
-¿De qué está hablando, madre?- Preguntó el joven príncipe sorprendido ante estas palabras.
-A cambio de ayudarla con su desgracia- respondió la bruja -, vuestra madre me prometió a su primera hija para que fuese mi aprendiz.
-¡Pero él no es una mujer!- gritó la reina - Es mi hijo. Mi único hijo. No he tenido ninguna hija que os podáis llevar.
-Es cierto que tiene una apariencia similar a la de cualquier hombre. Pero eso se puede alterar, como supongo que ya sabéis - replicó la bruja acariciando el vial que sostenía entre las manos -. No importa si nació así, o es fruto de la magia. Su corazón seguirá siendo el mismo.
-Decís que, de alguna manera ¿Soy una chica?- Preguntó el príncipe con sorpresa.
-Así es. Os he estado observando desde hace tiempo. He visto que no actuábais como actuaría un hombre. He visto que al entrenaros no os motivaba que os dijeran que eso os convertiría en un hombre. He visto como escucháis a otras mujeres cuando hablan, con admiración en lugar de deseo. He visto como cada vez que os dicen que así actúa un hombre de verdad vos evitáis dicho comportamiento.
-Pero sobre todo…- dijo, haciendo una pausa -, he visto cómo miráis el elixir. Y que no os ha ofendido que dijese que sois una mujer.
Tras esta incómoda revelación, la sala quedó en silencio durante unos instantes. Incluso la reina se puso a pensar en lo que significaban dichas palabras. Y miró a su hijo con asombro, descubriendo que, efectivamente, no parecía tan alterado como ella esperaría ante tal idea.
-Si lo que decís es cierto- respondió el príncipe tras unos momentos de reflexión -, no permitiré que mi madre incumpla su palabra, ni que por mi culpa se vea mancillado el honor de nuestra casa. Pero ¿Cómo podría saberse con certeza?
-Tan solo vuestra alteza puede saberlo. Y yo respetaré vuestra decisión- respondió la bruja -. Pasad la noche con el elixir. Si decidís beberlo os tomaré como mi aprendiz. Si no es así os dejaré libre.
-Pero actuad con ánimo sincero. Engañaros sobre esto no solo significaría una deshonra para vuestro linaje. También habríais escogido una vida desgraciada negándoos quien sois, y viviréis con un dolor que os convertirá en un monstruo.
Tras esta última advertencia, la bruja desapareció en una nube de humo, dejando tras de sí tan solo el vial que había traído como ofrenda. La reina ordenó a los guardias que desalojasen la sala, pero antes de que pudiese hacer nada más, el príncipe tenía ya el vial en sus manos.
-Dadme ese vial, hijo, y olvidémonos de este desagradable episodio que nunca debió haber ocurrido- dijo la reina extendiendo la mano hacia el príncipe.
-Madre, hoy he cumplido la mayoría de edad. Y este es un asunto de honor que atañe a nuestra casa. Es por tanto mi deber.
-Entonces… ¿Habéis decidido beber el vial? - preguntó la reina abatida.
-No, no he tomado ninguna decisión -nego el príncipe sacudiendo la cabeza al mismo tiempo.
-¡Pero en ningún momento habéis negado ser una mujer!
-Ni vos, madre, habéis negado el pacto del que habló la bruja. Cumplir ese pacto es lo que de verdad me preocupa, y no cuál será mi destino. Si paso la noche con el vial, sea lo que sea lo que haga, habré cumplido con mi pacto. Y entonces sí, podremos olvidarnos de toda la cuestión.
-A menos que bebáis- replico la reina -. Si bebéis, mañana seréis aprendiz de la bruja. Y yo habré perdido a un hijo, y el reino a un heredero.
-Soy consciente de lo que esto significa- dijo el príncipe, mientras miraba el vial -. Quiero tomar la decisión seriamente. Quiero hacer honor al nombre de nuestra casa. Pero en ningún caso lo haré ciegamente y sin pensar en las consecuencias.
-Aún así, madre- dijo mirándola a los ojos -, habréis de confiar en mi. Por favor, permitidme estar solo esta noche y ya mañana será otro día.
Así se despidieron aquella noche, madre e hijo. La reina convencida de que su hijo bebería la poción. El príncipe por contra absolutamente inseguro de lo que sería correcto para cumplir con su honor, con su casa y con su pueblo.
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